En la fruta encontramos un gran aporte de fibra, uno de los componentes que convierten a este alimento en una ayuda muy valiosa para nuestra salud, junto a las vitaminas (C y E), los minerales y los polifenoles.
Tanto es así, que la fruta forma parte de cualquier dieta saludable, ya que hay una asociación entre un alto consumo de fruta y una menor mortalidad global.
En este sentido, los expertos recomiendan tomar entre tres y cuatro piezas diarias de fruta, preferiblemente enteras o en trozos, como postre de las comidas principales, pero también entre horas.
Hay frutas ricas en fibra soluble, como la manzana, la naranja y otros cítricos, y algunas más ricas en fibra insoluble, que son la fresa, la frambuesa, la pera, los higos, el mango y las moras. El caso del plátano es curioso, ya que presenta más proporción de fibra soluble o insoluble en función de su madurez. Por su parte, la piña, el melón, las ciruelas, las uvas y el pomelo contienen menos fibra, pero tienen otros componentes muy saludables.
Y es que, su alto contenido en fibra tiene efectos protectores frente a prácticamente todas las enfermedades, como aseguran los nutricionistas, asegurando que previenen determinados tipos de cáncer, mejora el colesterol, la glucemia, por lo que es un factor de protección cardiovascular, además de mejorar el estreñimiento.
Fibra soluble e insoluble
Debemos saber que la fibra es la parte del alimento no digerible ni absorbible, por lo que la mayor parte pasa a través del tubo digestivo y forma parte de las heces. No obstante, se diferencian dos tipos de fibra, la soluble y la insoluble.
La fibra soluble es aquella que fermenta en la flora intestinal y la insoluble la que no lo hace a nivel intestinal. La recomendación es que el 75% sea insoluble y el 25% soluble. Así, la fibra soluble retiene agua y se vuelve gel durante el proceso de digestión, retardando este proceso y, con ello, la absorción de nutrientes en el estómago e intestino.
Otra consecuencia sobre la absorción de nutrientes asociados a la fibra soluble se traduce en una menor absorción de la grasa y un aumento de su eliminación por las heces, mejorando el perfil lipídico, aumentando el colesterol HDL y reduciendo el colesterol LDL.
Además, la fibra insoluble tiene un efecto facilitador del tránsito intestinal y la soluble tiene un efecto prebiótico, ya que los polisacáridos que tiene son fermentables, por lo que aumenta la masa bacteriana y la diversidad de la microbiota intestinal.
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